Existen diferentes
tipos de humedales que desempeñan un importante papel en el control de las
inundaciones en distintas situaciones. Uno de estos casos se da en las zonas
altas de algunas cuencas hidrográficas, donde las turberas y los pastizales
húmedos actúan como esponjas al absorber el agua de la lluvia, permitiendo que
se filtre de una manera más lenta en el suelo, reduciendo así la velocidad y el
volumen de escorrentía que entra en los arroyos y ríos. Esto resulta en que los
niveles de agua en los canales más amplios, aguas abajo, también aumenten de
tamaño más lentamente, con lo que se vuelve menos probable que las vidas
humanas y los medios de sustento resulten afectados por repentinas inundaciones
destructivas.
Se considera que en los últimos 100
años aproximadamente se han drenado zonas extensas de las llanuras de
inundación y se han separado de los ríos que las inundaban mediante diques
artificiales, como son bancales, terraplenes, barreras o lomas[1]. Por
tanto, el agua que solía extenderse lentamente y de forma relativamente poco
profunda a lo largo de amplias llanuras inundables se concentra necesariamente
en zonas cada vez más reducidas. El resultado de modificar el ecosistema ha
dado lugar a que las inundaciones sean más intensas, siendo mayores las probabilidades
de causar impactos dañinos o incluso catastróficos.
[1]Butchart,
Stuart, et. al., Los ecosistemas y
el bienestar humano: humedales y agua. Informe de Síntesis, Washington DC, World Resources Institute,
2005,