En todo el mundo se
calcula que hay 200 millones de personas que viven en regiones costeras bajas
con riesgos potenciales de sufrir inundaciones catastróficas. Debido a que el
nivel del mar continúa subiendo y el cambio climático mundial provoca condiciones
meteorológicas cada vez más turbulentas, la vulnerabilidad de esas comunidades
es mayor con el paso de los años, igual que la presión que sufren por ello los presupuestos
de protección civil y planificación de emergencias. Al respecto, los humedales costeros,
como los arrecifes, manglares y marismas, actúan como las primeras líneas de defensa
contra la posibilidad de devastación. Las raíces de las plantas de los humedales
se entrelazan entre sí y proporcionan cohesión a la costa, otorgándole resistencia
contra la erosión eólica y marina y funcionando como una barrera física que
frena el embate de las mareas de tempestad y los maremotos, haciendo que
disminuya su altura y poder destructivo.
En el Caribe, por ejemplo, existen estimaciones sobre que los servicios
de protección de las costas que ofrecen los arrecifes de coral presentan un
valor de hasta 2,200 millones de dólares EE.UU. anuales. Otra evaluación,
realizada en el año 2005, sobre 200 hectáreas del ecosistema de manglar de
Rekawa, en Sri Lanka, se descubrió que el valor económico total ascendía a unos
217,600 dólares EE.UU. anuales, de los cuales 60,000 dólares correspondían al
control de la erosión y la amortiguación del daño producido por las tormentas[1].
En cuanto a la función que desempeñan los humedales costeros para
atenuar la dureza de los impactos de los huracanes, en Estados Unidos se
descubrió que los humedales prestaban servicios de protección contra tormentas
por un valor estimado de 23,200 millones de dólares EE.UU anuales. Además, se
consideró en el mismo estudio que la conversión o pérdida de una hectárea de
humedal costero suponía la pérdida de servicios de los ecosistemas por un valor
en promedio de 33,000 dólares EE.UU. anuales[2].
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